miércoles, 29 de julio de 2009

MUCHOS TESOROS

Desde el domingo anterior, nuestro compañero JAIME RAYGOZA VERA sostuvo una enérgica lucha en la que al parecer salió triunfante. Negros eran los pronósticos sobre su salud, pero afortunadamente, gracias al Creador, gracias a su compañera Pina Enciso, gracias a las oraciones de sus amigos, gracias a la energía que le transmitieron todos sus compañeros Jaime ha salido adelante… y pronto andará de nuevo en estas lides, haciendo cartones, conduciendo programas, pintando, escribiendo, reporteando…
Tuve en esta semana el enorme placer de saludar a la maestra Nico, (Nicolasa Sánchez) a quien le debo gran amistad, ella es poseedora de una envidiable colección de fotografías, que son el sueño de todo historiador. Mis mejores saludos y deseos de bienestar.
Me preguntaron que por qué es tanta mi insistencia en hablar sobre tesoros, que son cosas que ni existen. Pero tiene su razón de ser: Antes la gente no confiaba en los bancos, aparte de que tampoco había, y guardaba su dinero en la casa. No existían los electrodomésticos, las computadoras, ni nada en qué gastar. Así que iban juntando su dinerito y guardándolo en un lugar seguro de la casa, hasta que reunían lo suficiente para comprarse un animalito, una casa, un terreno o un rancho. Aparte, que se preferían las monedas al papel. Abajo del colchón, en los roperos, macetas, azucareras de doble fondo se guardaban los ahorros y cuando estos crecían, se les buscaban lugares más adecuados. Como en dobles paredes, alacenas ocultas en la pared, se enterraban en el piso, a una profundidad de 60 centímetros a 2 metros, dependiendo de si era mujer u hombre quien excavaba el agujero para guardarlo.
Pero muchas veces las personas morían de manera intempestiva y esas fortunas enterradas se perdían, pues nadie sabía de ellas. Muchos entierros se hicieron ante la zozobra y el peligro que representaban las diferentes guerras que vivió nuestra región en el siglo XIX y XX.
Los revolucionarios, bandoleros y soldados, cuando llegaban a Jerez, lo primero que hacían era quebrar las macetas de las casas, buscando en el fondo de ellas los entierritos… y revisar los pozos, en busca de algún cántaro escondido en algún venero. Y cuentan que muchos tuvieron suerte.
Quienes saben de tesoros, dicen que durante la Semana Santa aparecen indicios de donde podrían estar los “entierros”, incluso hay oraciones precisas para buscar el jueves y viernes santo, pues se cuenta que hay espíritus o entes que resguardan los tesoros, y que hasta dan indicaciones de cómo debe ser su reparto. Por ejemplo, si un grupo de amigos, encontraba algo, y la codicia les ganaba, ese algo se les convertía en carbón o fétido excremento. Y cuando la intención es “pura”, los beneficiados lograban su cometido y salían de pobres.
Don Pancho el zapatero, muy amigo de mi papá, me platicaba que allá por 1930 las fincas en Jerez no valían mucho, que estaban todas descuidadas, abandonadas o semidestruídas, por la revolución, los agraristas y el famoso “diluvio” que comenzó el 20 de noviembre de 1924 y terminó el 2 de enero de 1925 que contribuyó para que muchas fincas perdieran sus techos.
Entonces, don Antonio Galavíz, decidió irse a Guadalajara a vivir, por lo que dejó la casa que habitaba a una familia que lo atendía. La casa estaba por la segunda cuadra de la calle de Guanajuato, y no había nada rescatable, dos o tres cuartos que amenazaban caerse. Los nuevos ocupantes, se pusieron a limpiar las habitaciones, a recoger el escombro, y en una alacena de una semiderruída pared, encontraron un cántaro lleno de monedas de oro y plata, mismas que les sirvieron para reedificar la casa (Sí me dijeron cual era, pero no puedo hacer público el dato).
Por la calle del Refugio había casas muy viejas y otras ya demolidas, quedando un informe conjunto de corrales de adobes viejos. Cuando comenzaron a construir un nuevo edificio, los trabajos iban muy atrasados, por lo que “el maistro” les pidió a sus chalanes que trabajaran en días santos. Los albañiles son muy católicos, por lo que solo dos de ellos de media cuchara y cuatro ayudantes se presentaron a trabajar. Cuando excavaban para colocar zapatas de concreto, que se van encontrando un buen “entierro”. Esto ocurrió ya más recientemente, y como es ilegal el quedarse con los tesoros encontrados, los albañiles y el maistro hicieron gala de discreción, trabajaron toda la semana santa y luego desaparecieron, y cuentan que después los volvieron a ver, radicados en Torreón, dedicados a la industria de la construcción, pero a lo grande.
Por supuesto, la mayoría de estas leyendas tiene bastante de mito y de romanticismo, sin embargo aun hoy, algunas personas las recuerdan con nostalgia. Sobre todo los que han buscado y no han encontrado nunca nada… o los albañiles aquellos, los que no fueron a trabajar los días santos.
Cuentan los que saben que es común que los entierros tengan un “guardián” sobrenatural, que podría ser alguna persona asesinada al momento de enterrar la fortuna. Igualmente hay otro “antiguardián” cuyo trabajo es que el tesoro fuera descubierto por aquella persona que lo merezca. En ocasiones el guardián es el mismo antiguardián en un cambio de papeles mítico, pero que no pierde la simpatía y la nostalgia por las narraciones de este tema.
En Jerez, son muy conocidas las historias de tesoros enterrados en el cerro de El Tajo, en El Despeñadero, en el Cerro Grande y en las misteriosas y perdidas cuevas de la sierra de Los Cardos. Incluso, la narración más simple nos habla de la cueva repleta de oro allá por el cerro de La Campana, cuyo guardián es bien canijo y egoísta y deja a todos con un palmo de narices al enjarretarles el “todo o nada”. En las viejas fincas de la ciudad pululan las historias de aparecidos que piden una misa por la salvación de su alma. De catrines que en medio de la noche quieren dejar el encargo, de revolucionarios que están de guardia esperando órdenes superiores. De chinacos que dejan encargos. Pero eso lo veremos en otra ocasión.

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