viernes, 6 de noviembre de 2009

LA VERDADERA REVOLUCION

JURAMENTO DE HIPÓCRITAS.
En las graduaciones médicas, se hace el juramento de “Hipócrates” como una mera tradición y trámite. Este juramento que hacían los discípulos de Hipócrates hace ya más de 2 mil 400 años era un cánon de vida y servicio y decía entre otras cosas: “... Fijaré el régimen de los enfermos del modo que le sea más conveniente, según mis facultades y mi conocimiento, evitando todo mal e injusticia… Si observo con fidelidad mi juramento, séame concedido gozar felizmente mi vida y mi profesión, honrado siempre entre los hombres; si lo quebranto y soy perjuro, caiga sobre mí, la suerte adversa". Pues sí, leen en su graduación el juramento de Hipócrates, y en la práctica muchos médicos actúan alegremente como hipócritas. Por desgracia, los acontecimientos nos han dado la razón. En colaboraciones anteriores hablaba sobre la negligencia criminal que existe en el Seguro Social. ¿De qué sirve que venga a Zacatecas el cara de perro triste –José Angel Córdova, el titular de salud- y nos diga que todas (TODAS) las instituciones de salud están preparadas para atender a los zacatecanos ante el menor indicio de esa influenza que inventaron los gringos?. Por desgracia, la negligencia, el valemadrismo, el “no-me-importa-tu-salud” son cosa de todos los días aquí, en la clínica del IMSS que con nuestros impuestos y lo que nos descuentan de nuestro sueldo pagamos. Por desgracia, también es cierto lo que dice un refrán “Los médicos no tienen errores, pues estos siempre los entierran”. ¿No habrá alguien con la suficiente autoridad que les haga entender que el paracetamol no es la panacea universal? Lo que ha ocurrido en Jerez lleva un común denominador: Falta de atención oportuna. Y lo que dije antes lo reitero: el director está ahí nomás de adorno, es el último que se entera de las cosas, para él todo está bien. ¿Sanciones? No habrá, eso se lo aseguro. El Seguro seguirá trabajando con ese lastre pesado y corrupto de burocracia. El dolor, la tristeza, el pesar, la desilusión que sienten los familiares de quienes han fallecido por esa negligencia criminal (lo repito) para las autoridades del seguro solo se convierte en una estadística más y bien minimizada.
LA VERDADERA REVOLUCION
La historia oficial, la de los libros de texto, la que nos enseñan en las escuelas solo nos habla de acontecimientos debidamente manejados que convengan a los intereses del gobierno. Muchos hechos se desvirtúan, se olvidan, se callan o se satanizan. Así, en los libros de texto tenemos solo héroes y antihéroes. Nos dicen que los revolucionarios fueron “paladines” y héroes que lucharon contra el sistema dictatorial de gobierno de Porfirio Díaz. Bueno, si atendemos este hecho, el levantamiento armado comenzó de manera oficial el 20 de noviembre de 1910, y Porfirio Díaz renunció el 25 de mayo de 1911. Pero fue a partir de esa renuncia que las luchas se intensificaron acabando con la riqueza de un país que no merecía eso. Todos contra todos. Y así era, los que un día juraban fidelidad eterna a algún caudillo, al siguiente ya le estaban apuñaleando. Por todos los rincones del país surgían líderes que –la verdad sea dicha- les gustaba más la rapiña, la sensación de ser temidos, se enfermaban (igual que ahora) con las mieles del poder. Que luchaban por la justa repartición de las riquezas. Eso no es cierto, pues hubo (y no pocos, la mayoría diría yo) jefes o caudillos que arrasaban pueblos completos, mataban por igual a ricos y pobres, quemaban ciudades enteras, violaban mujeres pobres o ricas, destruyeron archivos.
EL CARNICERO MARTIN FIERRO
Pancho Villa, por ejemplo, tuvo a su servicio a Rodolfo Fierro, quizá uno de los más sanguinarios tipos que se recuerden de esos tiempos.
Rodolfo Fierro antes de la revolución era un tranquilo ferrocarrilero, hasta que en 1912 tomó las armas para combatir la rebelión encabezada por Pascual Orozco. Y como le gustó la sangre al siguiente año se sublevó contra Victoriano Huerta uniéndose a Pancho Villa, quien pa’ pronto le encargó dinamitar las vías y luego repararlas para uso de los villistas.
Su momento de gloria fue cuando los “pelones” para escapar de las tropas villistas se subieron a un tren y lo lanzaron a toda máquina para escapar de Tierra Blanca, Chih. Fierro persiguió el convoy montado en su cuaco, valiéndole que las balas le zumbaran y zumbaran. Sin desmontar de su caballo, alcanzó un vagón que tenía la palanca del freno de aire y la accionó. El tren se detuvo de trancazo, y la caballería de Villa le dio alcance acabando con los enemigos en fuga. Fierro se convirtió en el héroe, en el segundo de Villa y encargado de ajusticiar a los prisioneros, cosa que hizo con muchísimo gusto.
Ejemplo de su crueldad es la siguiente anécdota: Una noche de junio de 1914, tras la toma de Torreón por los villistas, el general Rodolfo Fierro cenaba en el restaurante del hotel París, el mejor de la localidad, acompañado de una prostituta llamada Guadalupe. Ella tuvo la ocurrencia de alabar repetidas veces los ojos del mesero que los atendía. Fierro ni se inmutó y se retiró con la joven a la habitación más lujosa del hotel. Al día siguiente, antes de partir al cuartel, el militar instruyó a sus subordinados. Un par de horas más tarde, un botones llevó al cuarto donde aún dormía la meretriz una charola cubierta y un mensaje del general. Tras leerlo ("Aquí le mando lo que tanto le ha gustado", decía), la mujer levantó la tapa de la charola para encontrarse con los ojos del camarero, con venas y nervios aún colgantes. Años después, el mesero ciego merodeaba por las cantinas de Torreón, donde tocaba el arpa, cantaba corridos de la revolución y narraba su historia a quien quisiera escucharla.
En Paredón, Coah., intentó ajusticiar a más de 2 mil soldados federales prisioneros, cosa que no pudo hacer por la intervención de Felipe Angeles. Pero en Chihuahua si dio rienda suelta a sus apetitos: 300 prisioneros fueron concentrados en un corral con muros de piedra de más de dos metros de alto; luego les anunció que serían soltados en partidas de 10. Los que lograran saltar las paredes quedarían libres. Martín Luis Guzmán consigna en su novela que Fierro se colocó al centro del corral, para cazarlos a tiros cuando intentaran huir. A un lado del general, un asistente se ocupaba de recargar las armas de su jefe, quien disparó hasta que las manos se le acalambraron. Ninguno de los infelices logró escapar.
De muchos asesinatos atroces más fue responsable, hasta que el 13 de octubre de 1915, decidió cruzar una engañosa laguna, montado en su caballo, y las alforjas del animal bien llenas de monedas de oro. Jinete y animal se fueron hundiendo en las fangosas aguas hasta quedar atrapados. El general por más que les pedía ayuda a sus subordinados, estos no se atrevieron a atascarse, dejando morir ahogado a su jefe.
INES CHAVES, EL ATILA DEL BAJIO
Otro personaje de triste memoria, es J. Inés Chávez García, conocido en los estados de Michoacán, Jalisco, Colima y Guanajuato como “el Atila del Bajío”, “el ave negra de la revolución”, “la fiera de Godino”, por las atrocidades que hizo durante sus correrías. Nacido en 1889 en Godino, un ranchito de Puruándiro, era quien guiaba el viacrucis los viernes de Cuaresma, y como no había sacerdote, guiaba el rezo del Rosario, era además celador del Apostolado de la Oración, portaba el estandarte del Sagrado Corazón y llevaba mucha gente a hacer los viernes primero.
Su meteórica carrera en las armas, comenzó cuando se dio de alta en el ejército maderista en mayo de 1911. Luego de andar un tiempo como salteador de caminos, reaparece en 1913 ya como capitán experto en incendiar puentes del ferrocarril, distinguiéndose luego por su barbarie, cuando él y la turba de depravados que lo acompañaban, quemaban ciudades enteras, imponían altísimos préstamos impagables, violaban todo tipo de mujeres, asesinaban a pobres y ricos. Uno de los corridos que le compusieron decía: “Se hizo de fama perversa / y toda la gente vaga / se le unió con alegría, / aun cuando fuera sin paga. / Buscaban donde no hubiera / sino corta guarnición / cayendo cual lobo hambriento / sobre cualquier población… Con las más lindas doncellas / aumentaba su serrallo / y saqueaban y robaban, / desde un peso hasta un caballo.
Y en verso relatan también su muerte: Castigo a tanta vileza / por fin Dios le vino a dar / y de influenza española / purépero lo vio enfermar. / Sin médico y sin amigos, / sin medicinas ni nada, / se agravó su enfermedad / y su fuerza vio acabada. / Mandó llamar a la madre, / y entre sus brazos murió /dejando horrible memoria / por los daños que causó…
Sus asesinatos se dieron por todo el bajío, de manera bestial y cruel. Lo mismo colgaba que fusilaba, arrastraba a cabeza de silla o apuñaleaba a sus víctimas. Pero el método preferido era este: Uno de sus lugartenientes era “el marrero” quien traía siempre un pesado marro. A los que tenían la desgracia de caer bajo sus garras, los ataban de manos por la espalda, los acostaban boca arriba en fila. Y el marrero propinaba un fuerte marrazo en el corazón de cada uno de ellos. “Las balas cuestan caras pa’ matar tanto cristiano”, dicen que se justificaba así.
Otro de sus compinches era Luis Gutiérrez “el chivo encantado”, asesino sin entrañas quien apresaba a sus víctimas y hasta les preguntaba cariñosamente “A ver hijito, ¿Dónde tienes el corazón?”, mientras les apuñaleaba repetidamente. Gutiérrez era un individuo que usaba larga melena. Los piojos residían en su cabeza en cantidades industriales. “El Chivo” les tenía gran aprecio, pues decía que le eran muy útiles, porque con sus contínuos piquetes le impedían dormir y ser sorprendido por sus perseguidores. El 30 de agosto de 1916 las autoridades de Colima presentaron su cabeza. Fue muerto por un grupo de vaqueros que lo persiguieron tenazmente por todo el suroeste de Michoacán.
De todos los seguidores de Chávez se cuentan consejas acerca de tesoros enterrados, producto de sus múltiples fechorías por los estados de Michoacán, Jalisco, Colima y Guanajuato. “Dicen que dejó un tesoro / en la sierra de Quiroga, / son dos millones de pesos / y el que lo halle se lo abroga… pero como anda penando / José Inés Chávez García, / yo por nada de este mundo / el tesoro buscaría…”
En Jerez también se dieron como en maceta sujetos como los retratados en esta ocasión, de ellos me ocuparé en alguna narración posterior.
Envío el mejor de mis saludos y un fraternal abrazo a don ALBERTO MARQUEZ PEREZ, quien ha estado muy entretenido elaborando las coronas que llevará este dos de noviembre a sus seres queridos. Mucho ánimo don Alberto y échele ganas a sus proyectos.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Felicidades por el artículo.

Soy bisnieta de uno de los hombres mas valientes que asesinó José Inés Chávez "El Atiala del Bajío", en un pueblo de nombre Degollado, Jalisco el 24 de diciembre de 1917.

Mi abuelita tenía tan solo siete años y presenció todo -narrarlo tomaría mucho-..., Ella aún está viva y tiene cien años de edad. Desde que yo era pequeña me contaba de las atrocidades que vivieron cuando llegaron las gavillas de ese semejante criminal J. Inés Chávez. Ella vio a su papá muerto -fue quien lo reconoció- de entre los cadáveres, sin ojos (pues los tenía hermosos y se los sacó) y el estómago morado e inflamado. Y en el corazón un puñal.
Huyeron después de eso con mi bisabuela y ahora vivimos en Guadalajara Jalisco las generaciones que les presidimos.
No hay palabras para describir el daño que generó no solo a esos mártires sino a generaciones posteriores, pues debido al trauma que sufrieron con esa trágica matanza mi abuela siempre ha sido sumamente nerviosa y así educó a mi madre y así he sido formada yo, aunque con fortaleza para formar una nueva generación libre de traumas y violencia.

Coincido con usted en que la revolución no es como la pintan. Sus secuelas permanecen no solo en el ámbito político.

Anónimo dijo...

Felicidades por el artículo.

Soy bisnieta de uno de los hombres mas valientes que asesinó José Inés Chávez "El Atiala del Bajío", en un pueblo de nombre Degollado, Jalisco el 24 de diciembre de 1917.

Mi abuelita tenía tan solo siete años y presenció todo -narrarlo tomaría mucho-..., Ella aún está viva y tiene cien años de edad. Desde que yo era pequeña me contaba de las atrocidades que vivieron cuando llegaron las gavillas de ese semejante criminal J. Inés Chávez. Ella vio a su papá muerto -fue quien lo reconoció- de entre los cadáveres, sin ojos (pues los tenía hermosos y se los sacó) y el estómago morado e inflamado. Y en el corazón un puñal.
Huyeron después de eso con mi bisabuela y ahora vivimos en Guadalajara Jalisco las generaciones que les presidimos.
No hay palabras para describir el daño que generó no solo a esos mártires sino a generaciones posteriores, pues debido al trauma que sufrieron con esa trágica matanza mi abuela siempre ha sido sumamente nerviosa y así educó a mi madre y así he sido formada yo, aunque con fortaleza para formar una nueva generación libre de traumas y violencia.

Coincido con usted en que la revolución no es como la pintan. Sus secuelas permanecen no solo en el ámbito político.