viernes, 5 de febrero de 2010

LA PLAZUELA DEL MERCADO


Como anteriormente expuse, aquí en Jerez no se va a recordar nada del famoso bicentenario y centenario, que fue causa de muchas desgracias para nuestro pueblo. No hay presupuesto para ello, a pesar de que se haya nombrado un comité, no van a hacer nada fuera de lo común. En Guadalupe, en Zacatecas, en Colotlán, en Tlaltenango ya están en joda realizando eventos, pero aquí nada… y es que aparte de que no haya dinero, hay incertidumbre política, así que hasta que pase el desfile de despensas, láminas, cemento y otras cosillas se pensará en tratar de recuperar el pasado histórico de Jerez.
Les convido de una narración del barrio donde vivo:
LA PLAZUELA DEL MERCADO
-“La mera verdad, no me acuerdo de bien a bien, pero todo comenzó allá por principios de los ochenta. Nosotros teníamos un tendajón de venta de carne en la mera plaza de Jerez. Ya teníamos tiempo en que don Pedro Cabrera nos decía que iba a hacer ahí un jardín, y le apostábamos que no hacía nada, que éramos muchos los que desde muchísimos años teníamos ahí nuestros negocios, que no nos podía quitar. Y él decía que no había problema, que iba a construir un mercado de carnes muy moderno, para que ya no le llenáramos de moscas la jefatura política.
-“Pos oiga usté, nomás nos reíamos de este buen señor, pero comenzamos a tomar en serio sus palabras, porque a pesar de que era muy buena gente, también era muy enérgico. Le decíamos que si nos cambiaba de la plaza, a donde nos mandara nos iría mal, porque la gente no estaba acostumbrada a comprar en otro lado. Y él contestaba diciéndo que sí, que viéramos el ejemplo de Rafael Páez, y es que tenía una tienda de abarrotes muy bien surtida y con mucha fama, en la puritita esquina del Panteón de Dolores. Cuando puso su tienda se burlaban todos y le decían que a poco los muertos saldrían a comprar. Y mire, se aclientó con los del barrio de allá.
-“Fue más o menos por febrero del 84 cuando se llevaron a los presos de la cárcel a hacer “faenas” allá por la calle Culebrilla, donde estaba un llano con muchos álamos circundándolo. Nos avisó que ahí iba a hacer los tabaretes para la vendimia, que nos fuéramos preparando para el cambio. ¡Ah! Y todavía advirtió que nos decía con tiempo para que no nos cayera luego de sorpresa. De pilón nos prometió que nos reduciría el impuesto a los que nos cambiáramos hasta en un setenta y cinco por ciento, para que no fuera mucho lo que perdiéramos mientras nos aclientábamos.
-“Para los meses de calor ya estaba el mercado, pero nomás no había quien nos moviera, y como el jefe político era ya don Pancho Amozurrutia, nos hacíamos de la vista gorda, pero un día que llegan los carnitas y que nos mueven con todo y chivas. De nada valieron nuestros enojos, ruegos y dinero. Cuando fuimos a reclamar con el jefe, este muy enojado dijo que con tiempo nos habían avisado y no hicimos caso, y ahora el que quisiera ocupar un local de la plazuela que estaba por la Reforma, lo podía hacer, y todavía dijo que nos cobraría impuesto muy bajo, pero que sí no, nos multaría. Así, los que pagábamos cincuenta centavos nos rebajó hasta diez y ocho. Los que pagaban dos pesos, les prometió cobrar unos veinticinco centavos.
-“Mire, unos vendimieros lo convencieron de que no los cambiara tan lejos, que les diera oportunidad de estar en la Plaza Tacuba, nomás mientras veían como iba la cosa. Pero a los carniceros dijo que no, que nosotros debíamos estar en un lugar aparte, allá en la plazuela donde hizo los locales. Nos aventó un discurso de esos que se sabían muy bien, que la modernidad, que el Jerez del siglo XX, que había que hacer un jardín como los mejores de Europa. Y que comienzan los escarbaderos. Todo mundo se reía del jardín “uropeo”, pero la cosa iba muy en serio.
-“Ya para el 87 estábamos todos en la Plazuela “del Mercado”, muchos se quedaron en la Plaza Tacuba, pero allá por la Reforma además de los carniceros, llegaban los rancheros a vender sus animalitos, y las hortalizas que producían. Pos ahí empezó otro problema, cuando la vendedera era en la plaza, frente a la jefatura, estos señores dejaban sus animales y sus cosas en los mesones de las Mariposas, de Santa Rosa, de Mariquita, el de San Antonio, el del Silencio y el de San Luis, que les quedaban bien cerquita. Pero acá, se les hacía más fácil amarrar sus burros en los árboles de la plaza, y los días que duraban en Jerez, ahí vivían, de noche nomás tendían su petate y a roncar. Sus necesidades, pos ahí mismo las hacían, así que imagínese cómo estaría eso, un mosquerío de la fregada, y una peste que ni quien la aguantara. Entonces la carne no se refrigeraba, pos refrigerador de donde. Cuando había matanza, un muchacho se iba con una bocina de mano a gritar en todas las esquinas que había carne, y así los vecinos apartaban lo que iban a querer. Que una cabeza de res pa’ los tamales, échele su tostón, la libra de carne la vendíamos a cinco centavos; la manteca la dábamos a diez centavos el kilo. Cuando no era tiempo de matanza vendíamos pollos, huevos y gallinas. Los huevos a centavo, los pollos a medio real y las gallinas a real. De todos modos, tanteábamos que no nos quedara carne, pero si nos quedaba, lo que hacíamos, era cubrir la canal de la res o del puerco en manteca y luego cubrirla con costales de yute, y taparlos con arena húmeda, para que estuviera fresca. Pero con todo el mosquerío, se nos echaba a perder muy rápido, y ni chanza había de hacerla chicharrones o tasajo.
-“Fuímos con el presidente, que era Rafael Páez, un viejo muy fino, pero muy maldito y enérgico, y le dijimos del mosquerío y de lo que perdíamos a causa de los rancheros y sus burros. Pos’ que manda llamar a los rancheros, estos le dijeron que si dejaban sus burros en los mesones a lo mejor se los robaban, por eso los tenían ahí en la plaza del mercado, cerquitas pa’ estarlos viendo y darles su alfalfa a sus horas.
-“No se de quien fue la idea, pero al norte de la plaza, hicieron 12 casas y una tienda para rentarlas a los rancheros que venían de otros lugares y se pasaban temporadas en Jerez. Diez de estas casas tenían vista para la plaza del mercado. Me acuerdo muy bien de las casitas, todas eran igualitas, ora verá, tenían zaguán, sala con su ventanita a la calle, su recámara, la cocinita, un patio con pozo y un buen pedazo de corral pa’ guardar los animales. En aquellos tiempos se encargaba de las casas un apoderado de don Antonio Román Sánchez Castellanos, uno de los más ricos de Jerez.
-“De ese señor se cuentan cosas, que si viera... dicen que a pesar de que estaba podrido en dinero, era de lo peorcito…
-“Pos ya con las casitas, la cosa fue diferente, ya esa plaza poco a poco fue agarrando vida, y en las tres esquinas de la plaza pusieron tiendas. Tres en la calle Culebrilla y Reforma y otra en la esquina de la calle del Hospicio, además que al mercado le siguieron metiendo muchos billetes. Pero todo eso se lo llevó la fregada cuando tomaron Jerez. Pa’ luego luego quemaron todas las modernidades que había por aquí. El Mercado, el Hospital que estaba yendo pa’ la alameda. Dejaron purititas ruinas. Luego, el campito del mercado quedó como un llano por mucho tiempo, bien abandonado. Ahí se instalaban los circos cuando venían. Ahí, en medio de la arboleda y de las acequias jugaban los deportistas, cuando no los metían a bote por andar correteando con pelota como niños, hasta que se hizo la escuela y el barrio está como lo conocemos”…

Este era el Hospital Civil que estaba en la última cuadra de la calle del Hospicio, con la revolución se destruyó. Las piedras, puertas y vigas las vendió Francisco M. Cabral cuando era presidente municipal.

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