martes, 12 de octubre de 2010

ZEFERINO EL LEPROSO Y SU TIENDA “EL CIPRES”

LA CAPSULA DEL TIEMPO. Yo esperaba con ansia que abrieran esa caja que enterraron en Zacatecas hace cien años. Me interesaba saber qué es lo que nuestros antecesores querían que la gente del futuro conociera de ellos. Pero con tristeza ví que la urna se humedeció, se pudrieron los documentos, los libros, y muy poco es lo que se pudo rescatar. Eso me recordó la ocasión en que aquí llovió mucho y muchos de mis archivos en papel, negativos y fotográficos quedaron hechos una informe capa de desperdicios mojados y remojados. Bueno, parece que entre las cosas guardadas en la caja de lámina había un informe del General Jesús Aréchiga. Yo tengo una copia de ese voluminoso documento, por si lo necesitaran.
Don Juan N. Carlos, a quien tanto he mencionado en esta página, es considerado como el decano y pionero de la microhistoria jerezana. El dejó muchos de sus escritos (la mayor parte) sin editar. Para escribir su historia de Jerez, allá por 1945, se basó en parte de las memorias escritas a lápiz que le facilitara don Margarito Acuña. Don Margarito nació en 1868 y murió en julio de 1957. Cabeza de una familia jerezana de mucho arraigo, cuyos miembros han influido grandemente en la vida de Jerez del siglo XX y estos años del XXI. Los escritos de don Margarito no han sido publicados nunca, solo los breves apuntes que don Juan N. Carlos sacara de ellos. Les comparto en esta ocasión un relato de dichas memorias.
ZEFERINO EL LEPROSO Y SU TIENDA “EL CIPRES”
En la esquina suroeste de las calles Rosales y El Ciprés, estaba una tienda cuyo dueño se llamaba Zeferino, y estaba leproso, pues ya le faltaban partes de los labios y se le veía casi toda la mandíbula superior del lado derecho. Era muy bebedor y aún cuando se cubría con un pañuelo blanco, casi siempre, se veía repugnante en grado sumo; pero él, estando ebrio, hacía tomar de su botella a cuanto ser humano llegaba a su tienda. Esta, desde mediados del siglo pasado ya era llamada “El Ciprés”, según decía mi padre. El tal Zeferino era un charro consumado que siempre vestía de negro y traía al hombro (según la costumbre de la época), costosos sarapes de vistosos colores que en ese tiempo eran traídos de León, Gto.
Zeferino fue en su tiempo un hombre rumboso y era de fama el “Judas” que ponía a su costa los Sábados de Gloria frente a su tienda “El Ciprés” pues desde muy en la madrugada comenzaba el “mitote” que se amenizaba con la música de viento que hacía traer de Susticacán y que dirigía el famoso “Pancho María” que se distinguía por ser el mejor ejecutante del difícil instrumento llamado el Requinto (diminuto clarinete). Don Francisco María Carlos era íntimo amigo mío y conocido desde la infancia cuando yo vivía en el rancho de Lo de Salas y él en Susticacán (este señor era padre del tenedor de estos apuntes: Juan N. Carlos R.), y era de mucha fama en la región del Valle de Jerez donde jamás tuvo quien le imitara en la ejecución. En el “judas” de don Zeferino se reunía la flor y nata de los rancheros y bajo pueblo de Jerez al son de la tambora y de su cantante, “El Zalate”, don Andrés Nava. El sotol corría en abundancia y a grado tal, que don Zeferino acababa ese día con el que tenía en existencia y casi todo regalado pues ya al último ni lo vendía. Era público y notorio que cuando ese señor estaba ya muy tomado sacaba una castaña de sotol y otra de pinos que ponía frente a la tienda y con un jarro a disposición de todo el que quisiera de tales brebajes. El traía una botella en la mano y montado a caballo hacía piruetas admirables mientras le ofrecía a todo mundo que por cierto bebían ya sin temor al contagio tan temido. La música del pueblo instalada sobre un alto tapanco deleitaba a la multitud con el “Caballo Mojino”, “María Reducinda” y otras piezas de trueno por el estilo; pero a las diez de la mañana y en cuanto daban el repique de Gloria en la Parroquia, se oían por toda la ciudad los truenos que daban por “ejecutado” al Judas, de don Zeferino que toda la mañana había bailoteado sobre la punta de un morillo adornado de papeles de colores y con ramajos de pirúl. ¡Qué hermosos tiempos aquellos!.
MARIA REDUCINDA. He buscado y ni idea de cómo sería la pieza musical con ese nombre, si alguien sabe, le agradeceré mucho me diera su letra o música. Tampoco he encontrado en los archivos más referencias sobre don Zeferino, pero seguiré buscando para enriquecer estos relatos. Los apuntes de Don Margarito son de la segunda mitad del Jerez del siglo XIX y mucho enriquecerán el acervo histórico de la región, ya que nos dan una descripción muy amplia sobre las calles, casas, jardínes, monumentos, templos y personajes que existían entonces.
NOCHE BOHEMIA. Con todo el pie derecho comenzó su labor Jael Jaramillo al frente del Instituto Jerezano de Cultura. El evento en honor y recuerdo de Joel Esquivel estuvo muy concurrido; personas que en estos últimos años fueron relegados por los responsables de cultura, volvieron, y por la puerta grande. Fue una noche de recuerdos, de risas, de canciones, de poesías y hasta de floridos discursos (prometí no hablar mal del impuesto). Se acabó a eso de las dos de la mañana. Parece que la cultura jerezana dejará de ser elitista y volverá al pueblo. Ya nos olvidamos de las “tertulias” tan cacaraqueadas por la gobernadora, en las que nomás iban dos o tres emperifolladas a remolinear el trasero en las sillas mientras ponían aire de entendidas cuando escuchaban algún poema. Las Noches Bohemias tienen más tradición, aunque en mi juventud eran “noches bohemias y madrugadas pedemias”. La participación espontánea de poetas, de improvisados artistas, de hogareñas cantantes, decidores y decidoras de versos, jocosos declamadores hacían que no se necesitara ni orden de la noche ni moderador… y la noche se hacía día, y los bohemios a los que aún no los vencía el sueño o el tequila, guitarra en mano seguían cantando y miando por las calles jerezanas…

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