LAS BOLAS DE
FUEGO
-¡Quihubo
compadre Casimiro! ¿Po’s qué anda haciendo? ¡Pásele, pásele a su probe casa!
-No
compadre, nomás vengo de pasadita a pedirle dos favores.
-Usté
nomás diga, y ya sabe.
-Po’s
mire, los aguacates de mi güerta ya están a punto, y es tiempo de cortarlos pa’
llevarlos a Jerez pa’ venderlos. El favor que le pido es que me preste unas
rejas porque las mías ya no sirven, ya están muy podridas y desclavadas.
-Mañana
mesmo las cargamos en la troca, y yo mesmo le ayudo a pizcar. ¿Cuál es el otro
favor?
-Po´s
quero que me acompañe a velar la güerta hoy en la nochi, porque a unos
muchachos malhoras les ha dado por meterse y cortan la fruta nomás por que sí,
de puritita maldá, ni siquiera se la comen, nomás se desperdicia.
-¡Pinchis
muchachos cabrones! Nomás péreme tantito, deje le aviso a mi vieja, me llevo mi
cotorina y mi escopeta y nos vamos.
-Me
saluda muncho a la comadre y de paso también a los ahijados.
Los dos compadres caminaron luego por
una estrecha y larga calle del rancho “El Cargadero” y al llegar a un tendajón
se pararon.
-Cómprese
unos bolillos, una latita de chiles, un pellizco de sal en un papel de
engoltura y un par de pecsis, ahí le dice al tendero que aluego le trayemos los
cascos. Así, nos hacemos unas tortas de aguacates. Nomás buscamos unos que
estén bien maduros, los despanzurramos en los bolillos, y ¡qué tortas nos vamos
a aventar! ¡ni las del huicholito de Jerez!
Después de pagar en la tienda lo
comprado, siguieron alegremente su camino, platicando y riendo, hasta llegar a
la huerta de aguacates criollos de don Casimiro; ya para entonces el sol se
comenzaba a ocultar entre los riscos de “Los Cardos”.
-Yo
crio’que este es buen lugar para la vegilancia. Desde aquí se ve toda la barda
del camino. Si se brincan aquí los vemos, acomódese compadre; mientras abro la
latita de chiles, vaya escoja los aguacates que más le cuadren pa’ sambutirlos
en los bolillos.
-¿Ya
se fijó compadre cómo está el cielo tan claro, con remunchas estrellas?, yo
crio’que vamos a pasar una noche tranquilona, po’s con tanta luz de la luna no
crio’que los muchachos maldosos se animen a venir a rascarle los aguacates.
-Si
compadre, se ve rebonito el cielo, con ganas de quedarse viéndolo toda la
nochi. Mire, hasta estrellas fugaces se ven.
-¿Pa’
donde? No las deviso.
-Sí
mire, esas como bolitas de fuego que se ven en el cielo por el rumbo de
Ciénega.
-¡Ah
como será pendejo compadre!, con perdón suyo, pero esas no son estrellas
fugaces, ¡son brujas! ¡brujas! Y si se fija, vienen como pa’ca.
Ante la seriedad de don Casimiro, el
otro comadre, se carcajeó bien y bonito.
-Po’s
ora usté me ha de perdonar, pero el pendejo es usté, ¿cómo va a creyer en
brujas en estos tiempos en que la modernidá nos ha demostra’o que esas cosas no
existen? ¡No compadre, usté anda mal y perdóneme que me riya de usté, pero esas
son estrellas fugaces!
-O’ra
verá. Nomás pa’ que vea, las voy a tumbar, ya verá.
Y el compadre seguía riéndose,
mientras don Casimiro se levantaba y anunciaba:
-Voy
a rezar una oración que me enseñó mi mamá y que es muy enefeitiva pa’ bajar
brujas voladoras; usté no haga ruido ni se burle, pa’ que todo salga bien.
-Ta’
güeno compadre, no digo nada.
Don Casimiro le hizo señas de que se
mantuviera callado, y luego, a toda voz empezó a gritar:
¡Oh!
Santa Martha anamorada / que cuando en el mundo anduvites / todo se te
concedía, / del cielo que es tu morada, / baja ya a la fregada / a esas brujas
que ahí vites. / Alma de los cuatro vientos, / príncipe de los cuatro vientos, /
príncipe de las tinieblas, / tú que andas por mares y tierras / baja ya de tus
aposentos / a esas viejas que ahí andan. / Muerta negra, muerta blanca, / muerta
de los cuatro vientos, / santa Martha, san Apolinar, / san Apolonio, siete
sueños y siete flores, / siete penas y siete chamucos / sean los que me traigan
enseguida / lo que en el cielo vuela. / Alma de Juan el minero, / alma de los
cuatro vientos, / tú que andas por cerros y montañas, / no dejes que con sus
mañas / se apropien de tus tesoros / esas brujas voladoras.
-Oooiga
compadre, ¡me está asostando! Mire, las dos bolas de lumbre se hicieron
regrandotas y parece que van a cayer aquí cerquitas. ¡Ay compadre! Ya se
apagaron.
-Ora
a ver si se burla, venga conmigo, vamos a donde cayeron, véngase, no sea
zacatón compadre.
Y don Casimiro, seguido de su aterrado
compadre se dirigió a donde cayeron las bolas de fuego. Su sorpresa fue grande
cuando en el lugar encontraron sentadas a dos jóvenes muchachas. El compadre al
verlas les espetó:
-¡Ajá!
¿Con qué astedes son las que vienen a tumbar los aguacates? ¿De casualidá no
vieron ónde cayeron orita unas bolas como de lumbre?
-¡No
compadre! ¡no sea pendejo! –reviró don Casimiro- ¡Estas son las brujas! ¡Estas eran las bolas de lumbre! Y yo las
conozco. ¿Son ástedes hijas de don Luciano el de Santa Rita? ¿Po’s en qué
fregaos andan metidas? ¡Quien las viera en su rancho tan modositas! Si viviera
su siñor padre se golvía a morir de saber que sus hijas tienen tratos con el
maligno cachetes de cuero.
-No,
don Casimiro, no es lo que usté piensa –contestó una de las muchachas- nosotras no le hacemos mal a naiden. No
somos brujas dañeras, no tenemos tratos con el malo. De verdad. Nomás hacemos
trabajos güenos, y vamos al valle a deshacer un trabajo de un enhechizado. Por
favor, déjenos ir.
-Mire
don Casimiro, tenemos harta urgencia de ir a Valparaíso. De caridá le pido que
nos quite el conjuro con que nos bajó, –terció la otra bruja- déjenos seguir haciendo nuestro trabajo.
Nosotras somos brujas de las blancas, de las que no hacen daño, de las que
curan.
Ante la insistencia de las muchachas,
don Casimiro se rascaba la cabeza y la nuca, pensativo, mientras el compadre
seguía los diálogos con los ojos desorbitados y la babeante boca bien abierta.
-Po’s
las dejaré ir solo si me juran que no le harán daño a ningún cristiano que vean
por ahí.
-Don
Casimiro, quítenos su conjuro que luego la noche se hace corta y no alcanzamos
a hacer nuestro trabajito. Es más, cuando acabemos le trairemos unos guaraches
de esos que hacen rechulos en el valle. ¡Ándele! Ya dijo mi hermana que somos
de las güenas. Y po’s pa’ que vea, hasta le podemos ayudar con sus aguacates.
-No,
no, nomás les pido que no hagan cosas malas, y ahí les va la oración pa’ que
sigan volando:
“Tú
que todo estás mirando / libera de todas mis redes / y deja que sigan volando /
estas dos pobres mujeres. / Tú que todo conoces, / permite que ellas prosigan /
y hacer el mal no consigan / si a algún cristiano molestan / que un burro les
dé fuertes coces / y que mueran lentamente / de muy fuertes toses”.
-¡Ay
don Casimiro! Usté le inventó lo último a la oración pa’ desgraciarnos. No
confía en nuestra palabra, pero va a ver. –Dijo una de ellas mientras la
otra se reía alegremente. Y de repente, se convirtieron en dos brillantes luces
que al tomar altura se convirtieron en bolas de fuego que atravesaron en esa
estrellada noche de oriente a poniente todo el firmamento.
Los compadres se quedaron atónitos,
sin saber qué decir o hacer. Hasta que don Casimiro rompió el silencio:
-Mejor
ámonos pa’ la casa. Ya me dio miedo. Y le voy a dicir la verdá compadre: mi
mamá a cada rato me recitaba esas oraciones, pero como jugando, cantaditas,
pero yo no creyí que de veras servirían pa’ bajar brujas.
-Sí
compadre, mejor ámonos. ¿Ya vido? Por andar jugando con lo que no sabe. Aluego
me va a salir con que también se sabe una oración pa´que se nos aparezca el
chamuco patas de gallo…
Y los compadres salieron de la huerta,
lentamente, cuidando sus pasos, volteando a cada momento a sus espaldas,
revisando cada sombra de los arbustos, atentos a cualquier ruido, y solo se
sintieron seguros cuando estuvieron acostados en sus respectivas camas.
LAS BRUJAS
AGUACATERAS
Ya era entrada la mañana del domingo
cuando don Casimiro fue despertado por su compadre que con fuertes toquidos
deseaba tumbar la puerta de la casa.
-¡Compadre!
¡No la chingue! ¡Apenas estaba ricordando! Y es que en toda la noche no pude
dormir nomás pensando en las hijas de don Luciano, las brujas esas, nomás
cerraba los ojos y las veía como demoños, que se reían regacho, que me atizaban
con jierros de lumbre… ¡ay compadre! ¿Po’s pa que me dispierta tan temprano?
-Usté
ha de perdonar. Pero como me dijo que le ayudara con los aguacates ahí traigo
en la camioneta un chingo de rejas pa’ ponernos a pizcar. Usté nomás dice.
-Po’s
sí, deveras. Ni me acordaba ya. Ámonos pues pa’ la güerta.
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Don Luciano nunca supo que sus hijas eran brujas... |
Cuando llegaron a la huerta, los dos
compadres se apearon de la camioneta y entraron volteando para todos lados.
-¿No
nota algo raro compadre? Yo como que noto que algo no está bien, pero no sé
qué.
-Po’s
sabe qué será. Ámonos asomando al clarito onde cayeron las brujas, a ver si se
ve quemao por las lumbre o qué.
Al llegar al claro, nada anormal encontraron.
La yerba fresca como si no hubiera pasado nada y ahí donde cayeron las
muchachas estaba un pequeño envoltorio de papel de estraza atado con mecate.
-Compadre,
¿ya vido ese envoltorio? ¿No lo habrán dejao las brujas esas?
-Po’s
no sé, solo abriéndolo, pero me da miedo…
-Haga
una cruz con la navaja y corte los mecates, así creo que nada malo nos pasará.
-Mire,
son unos guaraches de los que hacen en el valle. Están bonitos, bien bordaos, se
los regalo compadre. Ya pa’ que tire esos de cuatro puntadas con suela de
llanta que no le sirven de nada.
-Ta
usté jodido compadre si piensa que me voy a poner eso, sabrá Dios qué brujería
tendrán.
-Oiga
compadre, ¿ya se fijó en los árboles? Eso es lo que notaba raro cuando
llegamos. Mire, se nos adelantaron en la pizca… ¡no hay ni un aguacate!
-Pero…
¿cómo? ¡No se ven rastros de que hayan entrado pizcadores! ¿Quién y cómo
cortaron la fruta? Ni se ven güellas de que haya entrao alguna troca. ¡Ah
pinchi gente hija de la chingada! Nomás pensando en la malditura.
-¡Po’s
ámonos a Jerez a ver a los coyotes que nos compran los aguacates! Si los
cortaron en la madrugada, seguro que se los habrán ido a ofrecer a ellos.
Los kilómetros que separaban a la ranchería
de Jerez se les hicieron casi nada, y en poco tiempo los compadres ya andaban
preguntando en las seleccionadoras de fruta sin que les dieran razón de haber
comprado muchas rejas de aguacates. Hasta que se les ocurrió ir al tianguis
dominical, y ahí casi a la salida de la calle Galeana, vieron a las hijas de
don Luciano ofertando aguacates. Al ver a los compadres, sonrieron alegremente
haciéndoles “quihubos” con los ojos, haciéndoles señas de que se arrimaran.
-¡Ajá!
¿Así que además de brujas rateras? ¡pinchis viejas desgraciadas! Pero esta me
la pagan, voy con la polecía a dicir que me robaron los aguacates.
-¿Y
qué les va a dicir? ¿Qué los cortaron en la madrugada y se los trajeron
volando? ¿Qué son brujas y usté las conjuró? No, compadre, mejor vaya con ellas
y dígales que le devuelvan sus aguacates.
-Véngase,
vamos los dos, no me deje solo, pa’ agarrar valor.
-No,
yo no voy, no li’hace que diga que soy coyón.
-Po’s
yo tampoco me animo. Pinchis brujas, ¿no que no eran dañeras? Me jodieron con
mi cosecha.
Y como los compadres no se acercaban y
seguían discutiendo, una de las muchachas se acercó a don Casimiro y tocándolo
por la espalda, le dijo:
-Don
Casimiro, acuérdese que le dijimos que le podíamos ayudar con sus aguacates, y
eso estamos haciendo. Mire, se está vendiendo muy bien al menudeo. Va a sacar
mucho más que si lo hubiera vendido a los coyotes. Este dinero que le doy es como
la mitá de lo que va a tener de los aguacates.
-Pe…ero,
¿cómo y a qué horas pizcaron y trajeron todo? Nomás dígame siquiera pa’ saber.
-No,
don Casimiro. Eso no le diremos, no le gustaría saberlo. ¿Ya vido sus
guarachis? Se los trujimos del valle, de los más caros que encontramos y crio’que
es de la medida de sus patas.
Y así, don Casimiro y su compadre
aprendieron en esa noche y día, que no todas las bolas de fuego son brujas
malas, y cada que es tiempo de aguacates, suspiran añorando a las hijas de don
Luciano, el de Santa Rita.