sábado, 15 de julio de 2017

PÁNFILO EL CRISTERO Y LA LANA DE LOS AGRARISTAS

“No, mire, Pánfilo no le contó bien las cosas como pasaron cuando fue a cocorear a los agraristas a su mero cubil. Déjeme decirle cómo fue, porque yo anduve allí. En los primeros días de marzo de 1929 supimos nosotros -que éramos cristeros-, que iba a llegar una conducta con fusiles, municiones y dinero para armar y pagar a las defensas sociales. Decían que era harto dinero, por lo que anduvimos buscando la manera de agenciarnos la lana y las armas, que tanta falta nos hacían.
Pánfilo tovía andaba chueco a resultas de un balazo que le metieron en una pierna y del que lo había curado una ñora que nos ayudaba y vivía en una casita del parián de la plazuela de la reforma. Y como días antes habían acuchilla’o a la ñora, Pánfilo andaba bien encabrona’o por eso y se ofreció pa’ servir de cebo y entretener a los jefes agraristas.
La presidencia municipal, o sea la guarida de esas gentes, estaba en una casona al sur del santuario, donde ahora es el correo y el telégrafo. Tenía puerta falsa por la calle Hidalgo, y supimos que por esa puerta habían ingresado las mulas con el cargamento que traían. La escolta militar que venía custodiando el cargamento, llegó hasta ahí y luego se fue a su cuartel junto a la capilla del diezmo.
Cuartel del 13avo Regimiento militar, en el Diezmo
P’os anduvimos zorreando toda la tarde pa’ ver cómo estaba el relajo. Al parecer Tiburcio González –que entonces era el jefe- tramaba algo con sus compinches, po’s mandaron a los defensas a descansar, mientras ellos planeaban cómo se repartirían el dinero, digo, si no ¿pa’ qué se quedaban solos? Po’s pa echar cuentas alegres.
Nosotros éramos cuatro y le anduvimos dando güeltas y güeltas y tomando tequila pa’ aguantar el pinchi frío hasta poco antes de la medianoche, en que Pánfilo se arrancó con su caballo por toda la calle del santuario, mientras nosotros nos íbamos muy calladitos a la calle de atrás. Pánfilo rayó el penco mero enfrente de la presidencia y ahí lo anduvo caracoliando güen rato mientras disparaba al aigre y gritaba con munchos güevos: “¡Viva Cristo Rey!” Los que estaban adentro, apagaron los quinqués, y se escondieron atrás de los barandales, pero no se animaban a dispararle, y menos cuando Pánfilo les soltó un tiro o dos a la mera puerta. Les gritaba “¡Estoy solo, cabrones! ¡Salgan hijos de la chingada! ¡Vengan, mátenme si son tan hombrecitos!”
Naiden salió, yo crio’que estaban asombra’os de la temeridad de este amigo y no sabían ni qué hacer. Pánfilo descargó la mazorca de su pistola, y sacó otra con la que tovía les aventó un par de tiros y los retaba. Luego, muy tranquilamente al trote de su caballo se fue por toda la calle del santuario y la de Guanajuato sin que naiden lo molestara.
Mientras, nosotros abrimos el portón de la calle Hidalgo. Mire, nada de vigilancia. Ahí estaban las mulas en los macheros. En una troje estaban las armas y los cartuchos. Y ahí mismo cuatro costaleras de cuero con moneditas de oro y plata, y también hartos fajos de billetes. Po’s mientras el Pánfilo los entretenía por el frente, ajaeceamos tres de las mulas más descansadas que encontramos, las cargamos con las costaleras del dinero y morrales con cartuchos.
Ora’ verá, no nos llevamos las armas, porque eran unos riflitos rusos, digo que eran rusos, porque en la culata decía “Russian musin” o algo así, nuevecitos, pero muy culeros, que no servían pa’ nada. Nomás nos llevamos el parque pa’ hacerles la maldá y así, esos riflitos ni pa’ leña les servirían ya que las balas que usaban eran cónicas, muy raras y difíciles de conseguir.
El dinero fue escondido en una da las casitas del parián de la Reforma.
Salimos muy quita’os de la pena y hasta les cerramos el portón muy bien, no juera que algún cristiano –o ateo- se les metiera y les hiciera alguna maldosa maldá. Nos juimos por la calle Hidalgo, el jardín chico y la calle de la Acordada, de ahí siguimos por la calle Mina y bajamos por la Reforma, donde metimos las mulas a la casa del parián, las descargamos, y luego las golvimos a sacar y a varazos las hicimos que buscaran la querencia.
Ya pa’ intonces Pánfilo estaba ahí, monta’o en su caballo, esperándonos bien escondidito entre unos álamos, a un ladito de la acequia que por ahí corría.
Las balas de los riflitos rusos las echamos a un pozo y yo crio’que ahí se hicieron barro. Las monedas las dejamos enterradas en la casita del parián, en el corral, a un lado de un arbolito. Los billetes los echamos en dos costalitos y los cargamos en los caballos, y nos juimos muy tranquilamente pa’ salir al camino viejo de Jomulquillo. Guardamos las monedas pa’ cambiarlas aluego por parque del que nos sirviera pa’ nuestros rifles y que los mismos soldados del general López nos vendían, nomás era cosa de esperar que se enfriara el asunto. Los billetes nos los llevamos para ir comprando provisiones en cualquier tienda.
Cuando íbamos al trote de los caballos pasando la acequia de la alameda, se oyeron rete hartos tronidos. Un chingo de balazos. Y se oían en la lejanía tropeles de caballos. Nosotros nomás nos carcajeamos y seguimos tranquilamente nuestro camino por todo el camino de Jomulquillo, hasta perdernos en la sierra, acompañados por la lejana tronata y por los aullidos de los coyotes, que en ese tiempo andaban bien cebados por tanto cristiano que se encontraban muerto en los cerros y cañadas.
A los pocos días supimos que Bucho y su gente, cuando creyeron que no había peligro, se fueron a las caballerizas a ensillar sus caballos para perseguir a Pánfilo, se encontraron con la sorpresa que les habíamos comido el manda’o.

Montaron en sus animales y salieron en chinga, disparando sus armas al aigre, bien encorajinaos. Las mulas las encontraron en el jardín chico, triscando el zacate y pasojeando a sus anchas; las varejonearon de puro coraje, pero las orejonas nomás levantaban las patas y ni decían nada… po’s como iban a dicir algo si las mulas no hablan.
Dicen que los empedrados de Jerez nomás chispiaban con los cascos de los caballos que andaban corriendo por toda la ciudad. Sabrá Dios cuántas güeltas le hayan dado al pueblo los agrarios, sin encontrar ni un indicio de su dinero. No encontraron a naiden que les diera razón.
Tovía, de pilón, fueron a despertar al general Anacleto López y éste los pendejeó bien y bonito, les mentó la madre hasta que se cansó, y también ordenó que los encerraran por brutos y crio’que hasta los quería ajusilar, pero nomás quedó en eso, pero esa ratería que hicimos fue de muncho quebranto pa’ los agraristas y a nosotros nos fortaleció, porque luego les hicimos ver su suerte bien negra. A los poquitos días, crio’que fue el 16 de marzo, con la gente de Emilio Barrios nos acercamos a Jerez y tuvimos un encuentro con tropas del gobierno que mandaba el chueco Ángel Pérez, les hicimos como siete muertitos y aluego ejecutamos a un tal Manuel Muñiz que andaba con ellos muy bravo.
En abril, por el rumbo de Buenavista nos enfrentamos con agraristas, y la misma, les ganamos. Ellos tuvieron sus bajas y nosotros solo dos muertitos y quedó herido el coronel Barrios. Y tan fuertes nos sentíamos que el 5 de abril le mandamos un recado al presidente de Jerez, que era Panchito Guerrero, conminándolo a rendirse y que entregara la ciudá.
En todo ese mes les pusimos una buena peina a los agraristas y a los solda’os. Allá en el arroyo de Godina, cerquita de El Tesorero, perdieron la vida más de 150 soldados, todo por la inexperiencia de un general Montalvo, que yo crio’que no sabía nada de mandar gente, porque los mandó directamente a que los matáramos. Haga de cuenta que como patitos en el tiro al blanco, así fue esa guerra de El Tesorero que aluego le cuento cómo pasó.
Camino viejo a Jomulquillo.
Po’s sucedió que las altas actoridades decidieron en los últimos días de junio que ya había acabado la guerra. A nosotros no nos preguntaron nada. En agosto el coronel Barrios ya se había almistia’o  y nos invitaba a que entregáramos las armas. Unos le entregaron rifles viejos, de esos inservibles, pero munchos mejor nos escondimos. Po’s ¿cómo? La almistía esa no la entendíamos. ¿Cómo les íbamos a dar la mano a esos hijos de la chingada que días antes habían jurao que nos iban a despellejar? Nooo… pos la vida lo hace a uno desconfia’o. Aluego supimos que a munchos de los almistiados los iban matando. Los asesinaban en sus labores, en la ciudá, en donde quiera.

Ya le digo, yo crio’que gran parte del dinero que enterramos en la casita del parián ahí está, pues no lo usamos y aluego a ninguno de nosotros nos dio por ir a sacarlo. ¿Pa’ qué si ya no se ocupaba?”